domingo, 5 de abril de 2009

Guerra de Trincheras

Como consecuencia de la fracasada Guerra Relámpago, las alianzas se vieron en la necesidad no sólo de estar preparados para defenderse del enemigo, sino también de atacarlo. De esta forma, comenzó la Guerra de Posiciones. Llamada de este modo pues ahora en vez de movilizar constantemente a las tropas, la estrategia sería de resguardarlas, es decir, de permanecer en un territorio y establecer un frente de combate fijo. Fue así como surgieron las crudas trincheras.



Según el sitio web The Free Dictionary, se define a las trincheras como
“Zanja excavada en la tierra donde se meten los soldados de un ejército para protegerse de los disparos del enemigo y poder disparar al mismo tiempo desde ella.” Aunque este concepto nos dé la idea de que son una buena estrategia de defensa y ataque, no es así como los soldados las recordaron después de esta guerra.

También llamada la Guerra de Trincheras, esta comenzó en 1915 y permaneció vigente hasta el año siguiente. Se la toma en cuenta como producto de la igualdad de fuerzas que condujo a un estancamiento en los dos frentes: el occidental y el oriental. El estancamiento se produjo cuando el ejército alemán logró entrar a Francia, el comandante Joseph Joffre ordenó a sus tropas atravesar por el bosque de Las Ardenas para tratar de detener el avance.

De este modo, se construyeron trincheras en la frontera de Rusia con Alemania, Austria-Hungría, y Rumania y por el otro lado, en la frontera de Alemania con Suiza y Bélgica. En las mismas donde los soldados deberían combatir, alimentarse, dormir, “asearse” y atacar al enemigo.

Pero no sería tan fácil como parece, pues las condiciones de vida disponibles para los soldados serían deplorables. La insalub
ridad era extrema por lo que encontrar ratas era muy común, además, el medio estaba lleno de excrementos y la propagación de enfermedades era capaz de matar a multitudes. Los pies de los combatientes, húmedos y sucios dentro de las botas de uniforme, estaban propensos a atraer a cualquier clase de bacterias y los piojos se alimentaban de la sangre de los pocos hombres que quedaban. El riesgo de ser bombardeados estaba siempre presente, y cualquier oportunidad de atacar al rival era recibida con los brazos abiertos.




La destrucción de campos y otros territorios no era vista como tal, sino como una consecuencia más de “estar peleando por la propia nación, su orgullo y su nombre". La utilización de nuevos métodos y herramientas bélicas de combate como el gas y el lanzallamas, empleados por los alemanes, demostraron el ingenio presentado a la hora de inventar un arma que liquidase al enemigo. Los bombardeos constantes y el alto riesgo de muerte atemorizaban a quienquiera que participara de esta cruel batalla. Los persistentes colapsos mentales (nerviosos) por parte de los soldados, generados por una moral colectiva que se encontraba en el piso, dejaban atrás cualquier rastro de esperanza, no de llevarse la victoria, sino de acabar con la guerra.


Como si fuera poco, Rusia atravesaba una dramática crisis interna debido al deplorable abastecimiento con que contaba y a los alarmantes números de combatientes muertos, que superaban el millón y medio. Esta crisis, seria la que más tarde llegara a su “clímax” y daría paso a la conocida Revolución Rusa. Contradictoriamente, Rusia había obtenido resultados favorables en la batalla llevada a cabo en Galitzia, pero las cifras de pérdidas no mostraban lo mismo, es más, afirmaban el poder y control militar que Alemania había y habría de seguir empeñando en mostrar.






Trinchera Oriental (rusos)


Precisamente, cuando parecía que no había más remedio que pelear, surgieron la Batalla del Verdún y la de Somme. En estas, murieron millones de soldados, (350.000 franceses, 330.000 alemanes), tanto pertenecientes a las tropas de la Triple Alianza, como a los defensores de la Triple Entente.





Tanto los franceses e ingleses, como los alemanes, sufrieron desmesuradas bajas, no sólo pérdidas humanas, sino, pérdida de la autoestima, de cualquier esperanza, y quizá lo más significativo, la pérdida de la razón por la que luchar. El orgullo no era lo que impulsaba cada día a que los soldados estuviesen dispuestos a arriesgar su vida, sino todo lo contrario, el instinto de sobrevivencia era aquello que les hacía “despertar” (muy pocas veces las horas de sueño eran alcanzadas) cada mañana y no arriesgar, sino defender su propia vida ante los despiadados bombardeos del enemigo.



Cadáveres franceses
















Pero estos bombardeos no serian sólo a nivel terrestre, pues entrado el año de 1916, Gran Bretaña tuvo que soportar una de las batallas navales más salvajes conocidas a nivel marítimo. La Batalla de Jutlandia. Esta batalla, denominada la segunda más devastadora de la historia, tuvo lugar en el Mar del Norte en el medio de Dinamarca y Gran Bretaña, y aunque presentó un fuerte manejo técnico por parte de los británicos, al llevar a la batalla de submarinos, los alemanes mostraron su capacidad tecnológica y estratégica.















Si tratásemos de identificar al vencedor de esta guerra, nos encontraríamos caminando en círculos, pues desde un principio lo único que se llevó la victoria fue el poder y la ambición, lo que más tarde llevaría a la desesperación y el miedo. Ningún bando tuvo en sí una mejor situación que el otro, pues tanto quienes pertenecían a la Triple Alianza, como quienes componían la Triple Entente, sufrieron anímica y físicamente. El cansancio estuvo presente, y el agotamiento moral fue devastador, mientras que el estancamiento que comprendió para el desarrollo de la guerra fue crucial para que las crisis internas de cada nación se vieran intensificadas.

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